Soy indecisa en el sentido más amplio de la palabra. Me cuesta profundamente tomar cualquier decisión por insignificante que parezca. Le doy muchas vueltas a las cosas, las mastico, las saboreo me atrevería a decir. Y he ahí mi problema: las quito el sabor hasta tal punto que no recuerdo el gusto que tenían al principio.
No encuentro sentido a muchas de las estupideces que se me pasan por la cabeza, las cuales desembocan en un profundo agujero negro donde residen mis jaquecas mejor conservadas. Me mareo cayendo una y otra vez juicios rancios.
Será mejor olvidarme de aquellas migrañas. Aunque por otra parte, eso significaría quizá extirpar una parte fundamental de mí. No lo sé, pero compruebo que de nuevo estoy divagando, por lo que me costaría bastante deshacerme de algo tan ligado a mi aliento.
Deambulo por mis pensamientos y los aterrorizo con nuevas posibilidades, a la vez que los equivoco y confundo, repercutiendo directamente en mis entrañas.
Cuando empiezo a desgastar nuevas palabras es como un fuego al que avivo con oxígeno cargado de intimidad. Después recojo las cenizas mientras me torturo diciéndome: otra vez lo volviste a hacer.
Y el final vuelve a ser el principio, aunque de una forma caótica nada poética como puede sonar. Hubiese quemado mi sombra en esas llamas sino se hubiesen apagado por darle tantas vueltas.
Patética enfermedad cerebral contraje.
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