A veces me abandono a los recuerdos. Cierro los ojos y escucho la música que me transporta a otro lugar, lejos del ruido de aquí. Y a veces, no siempre, consigo tener un momento de paz.
Suspiro y pienso en ti, en ellos, en mí. Me voy un rato y la tranquilidad colma mi cuerpo. Me dejo caer en la memoria y tímidamente mi cuerpo flota sin separarse del suelo.
Respiro suave, como si no dependiese de ello, como si sólo viviese a cuenta de mi nostalgia. Entonces sin saber cómo, me pierdo en el olvido del ayer, desaparezco.
Es allí, abandonada al pasado, donde revivo olores, sabores, sensaciones… re-vivo.
Y cuando la música acaba, despierto con una dulce impresión de serenidad. Y sin poder evitarlo, lentamente, una sonrisa se dibuja en mis labios y vuelvo a suspirar. Es ese pequeñísimo soplo del cual no eres consciente, pero que acompaña a ese gesto pleno, dulce y tierno que experimentas cuando no te das cuenta de ello, y que me impulsa para volver de nuevo.
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